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Elegía a Jaime Molina

Exposición colectiva Curaduría:Si-nos-pagan-boys

Jaime Molina Maestre fue un caricaturista y pintor muy parrandero, nacido en Patillal, Cesar, en 1926. Falleció en Valledupar en 1978. Triste por su muerte uno de sus amigos incondicionales, el compositor Rafael Escalona, escribió la canción “Elegía a Jaime Molina”

 

Que esta exposición colectiva de retratos se titule como el vallenato de Escalona, no es un mero chiste. En su sencillez operativa (18 artistas mujeres retratan por sorteo a 18 artistas varones y viceversa) se puede pensar que esquiva, de manera contemporánea, la búsqueda de los grandes temas, de lo trascendental. Se puede pensar que, además de un homenaje al vallenato, es sólo un juego, una excusa. Y eso no tendría nada de malo. Pero la mecánica empleada para armar esta exhibición es una excusa que va más allá de hacer fotografías, dibujos y pinturas mutuas. Lo fundamental de este ejercicio en grupo está en el porqué de la canción de Escalona y en el origen del retrato: es una acto para burlar la muerte, para conservar un momento representando la presencia del otro. Eso hizo Escalona con su canción: a través de ella nos dio a conocer al amigo que le enseñó a beber y quien seguramente lo dibujo más de una vez. Pero, según la letra de la canción, Escalona lamenta que haya sido así. Él hubiera preferido haber muerto primero para que su amigo lo retratase en imagen. ¿Acaso Escalona acepta que “una imagen vale más que mil palabras”?

En “Antropología de la Imagen”, Hans Belting lo deja muy claro: un cuerpo sin vida se transforma en una imagen del difunto, en un signo que lo representa en su ausencia, porque en un cadáver la persona ya no está. Los hombres primitivos ante esa violencia de la muerte, trataron de controlar su existencia haciendo lo opuesto: crearon imágenes que parecieran estar vivas y que reemplazaran al difunto. Ese es el origen del arte funerario y la labor de todo retrato. Nos presenta una ausencia, que atestigua la vida. Y eso es lo que ocurre en esta exposición, donde la imagen canta. Canta un canto de nostalgia y de parranda y de deseo. Deseo de sentarse en las piernas del otro a quererlo (o a insultarlo) y sentirse vivo.

Se cuenta que antes de la invención de la fotografía muchos de los pintores clásicos retrataban a sus modelos cortejándolos. Y muchos modelos contrataban a un pintor para dejarse cortejar. Así, la pintura se volvía un pretexto para acercarse a alguien, para emparejarse. Sin embargo, en esta muestra, artistas y modelos han dejado que el azar decida quién retrata a quién. Como en el juego de la botella (que puede ser de Old Parr, para sentirse en Valledupar) aquí la suerte decidió quién se “emparejó” con quién. Pero esta exposición incestuosa, no lo es tanto. Al fin y al cabo artistas y modelos (que son los mismos) se han dividido por género, evitando que mujeres retraten a mujeres y hombres a hombres. ¿Por qué? ¿Cómo homenaje al machismo vallenato? Pero, Escalona retrato a Molina, ¿no? Quizás esta decisión se deba a la curiosidad de ver cómo lo mira a uno el otro género; por el deseo de afirmarse en “lo opuesto”. Aquí, la mujer es mujer gracias al hombre (y viceversa), el modelo es modelo gracias al artista (y viceversa) y la vida es gracias a la muerte (y viceversa). A propósito, no olvide que todo retrato presenta y oculta a la vez, así sea una elegía.

 

Humberto Junca Casas.

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