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AEDIFICANTEX ET POPVLVM 
(o de lo transitorio en lo perenne)  
 
JOSÉ JULIÁN AGUDELO 
 
 

Esta exposición no será la misma en ningún momento, así como toda construcción o toda demolición, 
siempre será otra. 
De la misma forma en que Roma presume de eterna o Medellín de impermanente, esta exhibición será un continuum en el flujo del hacer y en el deshacer.  Cada día o cada semana a lo largo de los dos meses que durará la exhibición desde el 3 de diciembre hasta el 3 de febrero nacerán nuevas piezas, otras morirán  y otras cambiarán. No habrá nada sólido, todo será un siendo, no un ser. 
 
(Jose Julian Agudelo)    

   
   

Aquello que reivindican muchos movimientos ciudadanos, y algunos gobiernos socialistas exaltaron también en su momento, es el lugar preponderante que los/as obreros/as (incluyendo allí, a los/as de construcción civil) han tenido en el progreso social, tanto público como privado. Pero en un mundo donde la mercificación de los resultados está por encima de los procesos y donde antes de esperar el reconocimiento y mérito de una labor parece necesario ver la decadencia de un imperio, el oficio de ese asalariado la más de las veces independiente, que erige casi artesanalmente muchas de las arquitecturas urbanas habitadas (en una era anterior al auge de la construcción industrializada o de vivienda modular, denominada off-site), resulta por regla general sumida en el anonimato. 
José Julián Agudelo, descendiente de trabajadores de esa profesión en Medellín, presenta una serie de objetos que hacen homenaje a los implementos utilizados en la albañilería, llevándolos al estatus del monumento. Allí donde una ciudad como la capital antioqueña se ha acostumbrado a echar abajo gran parte de su patrimonio arquitectónico pensando en una modernidad que no termina de alcanzar, estas herramientas, insumos y hasta signos distintivos empleados durante la edificación, renovación o ampliación de inmuebles, se vuelven extraños emblemas tanto de las ideas de gloria como de ruina (incluso, podemos decir, hasta de hundimiento) que asociamos con la laureada cuna de nuestra propia civilización, ostentosamente pensada para la eternidad. 
El artista encuentra originales símiles entre estas dos ciudades que no parecen completamente gobernados por el capricho: desde una temperatura promedio similar entre ambas, lo que resulta también oscilante; hasta referencias metafóricas en el imaginario tradicional a las Siete Colinas de la antigua Roma y los Siete Cerros Tutelares del Valle de Aburrá. A lo que podemos agregar en la mescla, para que solidifique aún más, el origen toponímico de Medellín, dado a partir de uno de los nombres del Cónsul romano que fundó esa homónima provincia imperial en Lusitania (actual ciudad española en Extremadura) y hasta la ingeniosa y acaso falsa génesis que supone, dentro del origen no completamente esclarecido del nombre de Antioquia, no la alusión a una improbable voz indígena (que habría significado “Montaña de Oro”) ni a la región homónima de fundación hebreo-griega, que fuera también posteriormente provincia romana (hoy localizada en Turquía), sino a una locución latina que hace estremecedora síntesis tanto de su impuso como de su fatalidad, como Antioquia 
inquieta: anti (‘contra’); quies-tis (‘quietud, reposo’). Esto es: un pueblo que parece enfrentado a remover tanto montañas como edificaciones en una impetuosa y continua transformación. 
A la propuesta de Agudelo la impulsa un acto simbólico de ennoblecimiento marmóreo (en el imaginario cultural, presencia conmemorativa imponente con alusiones de memorial) para hablar a su modo de la persistencia de lo efímero. Involucra además el proceso de las piezas como espectáculo, develando su propia mano de obra, al trasladar a la sala de exhibición su propio taller para exhibir allí sus procedimientos como si fueran etapas constructivas: 
la obtención de unos acabados de apariencia de piedra caliza a partir del recubrimiento de objetos auténticos (palustre, cincel, nivel, plomada, pala, ladrillo, carretilla, concretadora, columnas, y largo etcétera) con una fórmula de concreto que él mismo ha desarrollado. Lo imponente que se destaca es la parte invisible de esta actividad, muchas veces precaria del jornalero, colocada en el ámbito de la épica.  
En un momento en que muchos de los símbolos representativos de nuestra propia y seguro también declinante civilización, empiezan a ser derribados, esta mirada arroja magnificencia a las formas, a los saberes y prácticas, no siempre operadas por un diseño central de condiciones dadas, en las cuales asume forma y materia toda ciudad. Un proyecto de habitabilidad que opera haciendo emerger infraestructuras (muros, columnas, arcos o dinteles, vías, pisos, techos o escalas) como obras por excelencia entre las cuales se pliega y se despliega la cotidianeidad.   
Emilio Tarazona 
Curator 
Bogotá, diciembre, MMXXI 

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